Sea por el hecho de convivir rodeado continuamente de gente por todos lados, por técnicas de relación social basada en guanxi (vínculos de interés) o sencillamente porque los chinos parecen saber siempre a lo que van, el día a día del contacto directo con extraños es difícil e impredecible.
No resulta complicado entender que, con el continuo bombardeo de rostros que uno padece cuando sale a la calle e interactúa con los demás de forma indirecta, se tienda a la educada indiferencia o a la más descarada ignorancia, por comodidad y falta de propósito real. Ni miradas, ni gestos, cuanta menos comunicación más efectivo es un ensimismamiento que no en pocos casos supone el único paréntesis de privacidad en este sobrecompartido tren de vida.
Sin embargo, cuando el interés aflora no les tiembla la voz en dirigirse con toda la naturalidad del mundo, incluso echando mano de una confianza que para nosotros, desconfiados y recelosos, no hace más que disparar alertas. Aparecen entonces los asaltadores.
Te los puedes encontrar de varios niveles: en escenarios muy localizados, como zonas turísticas o muy frecuentadas, se te abalanzan con tonadillas y una gran sonrisa para ofrecerte alguno de sus productos o servicios, generalmente guía turístico sin licencia. En general son todos muy persistentes e impulsivos, por lo que ante una respuesta vaga o indecisa se te agarrarán (en ocasiones literalmente) abogando a tu sentido del pánico, la timidez o la educación. En este caso lo mejor es sencillamente ignorarlos o inventarte una excusa irrefutable puesto que no se amilanan ante simples negativas. ¡No te sientas mal! No es recomendable seguirles el juego, puesto que suelen ser cebos para timos mayores.
Sobre la tendencia de los vendedores chinos por aferrarse al cuello del cliente ya hablaré más adelante.
A este otro grupo de asaltadores los denomino “inocentones” o “xenofílicos”, puesto que tienen a los extranjeros como su único objetivo. Pueden ser estudiantes de inglés con ganas de practicar (cuidado aquí, también pueden apelar a tu bondad y llevarte a otra estafa, sobre todo si tratan de cazarte chinas jóvenes y atractivas, ¡estudio de mercado!) aunque principalmente conforman esta categoría los habitantes de zonas rurales que viajan hasta la capital para realizar turismo interior y que nunca han visto un narigudo en vivo y en directo. Ni cortos ni perezosos se te echan encima haciendo gestos con las manos hacia la cámara, dando por supuesto que dejarás que te fotografíen con entusiasmadas muchachuelas o sorprendidos ancianos. No te importa, incluso puede llegar a alagarte, pero no te engañes, en el fondo no puedes evitar sentirte atracción de feria.
Para mi amigo Niki el asunto empezó a perder su gracia a partir de la octava fotografía
Por último están los asaltadores aleatorios, la especie definitiva. Hombres de mediana edad en general, sin ningún rasgo característico que te ayude a “ficharlos” de un vistazo, que tienen perfeccionada la habilidad de pillarte con la guardia baja para enfrascarse en una extraña perorata de cara de póker. Ladinos ellos, suelen escoger momentos de difícil evasión, como cuando tratas de sacar la bicicleta de la maraña de vehículos en los parkings, estás esperando en alguna cola o sales del metro por las mecánicas.
¿Qué quieren? Es difícil descifrar. Tratan de persuadirte para que les sigas el rollo, explicándose sin mucha vergüenza en un chino bastante coloquial, obviando la posibilidad de que te cueste horrores entenderles. Entrenados para derribar toda excusa y con suficiente cabezonería como para pasar por alto toda negativa frontal, son un digno rival para el más paciente.
Al final, lo más efectivo es optar por la mejor estrategia: largarse sin contemplaciones.
Ya se disertaba sobre esto mismo hace unos cuantos siglos: la mejor victoria es la que se obtiene sin batalla.
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