lunes, 26 de septiembre de 2011

Fauna callejera (II)


Sea por el hecho de convivir rodeado continuamente de gente por todos lados, por técnicas de relación social basada en guanxi (vínculos de interés) o sencillamente porque los chinos parecen saber siempre a lo que van, el día a día del contacto directo con extraños es difícil e impredecible.

No resulta complicado entender que, con el continuo bombardeo de rostros que uno padece cuando sale a la calle e interactúa con los demás de forma indirecta, se tienda a la educada indiferencia o a la más descarada ignorancia, por comodidad y falta de propósito real. Ni miradas, ni gestos, cuanta menos comunicación más efectivo es un ensimismamiento que no en pocos casos supone el único paréntesis de privacidad en este sobrecompartido tren de vida.

Sin embargo, cuando el interés aflora no les tiembla la voz en dirigirse con toda la naturalidad del mundo, incluso echando mano de una confianza que para nosotros, desconfiados y recelosos, no hace más que disparar alertas. Aparecen entonces los asaltadores.

Te los puedes encontrar de varios niveles: en escenarios muy localizados, como zonas turísticas o muy frecuentadas, se te abalanzan con tonadillas y una gran sonrisa para ofrecerte alguno de sus productos o servicios, generalmente guía turístico sin licencia. En general son todos muy persistentes e impulsivos, por lo que ante una respuesta vaga o indecisa se te agarrarán (en ocasiones literalmente) abogando a tu sentido del pánico, la timidez o la educación. En este caso lo mejor es sencillamente ignorarlos o inventarte una excusa irrefutable puesto que no se amilanan ante simples negativas. ¡No te sientas mal! No es recomendable seguirles el juego, puesto que suelen ser cebos para timos mayores.

Sobre la tendencia de los vendedores chinos por aferrarse al cuello del cliente ya hablaré más adelante.

A este otro grupo de asaltadores los denomino “inocentones” o “xenofílicos”, puesto que tienen a los extranjeros como su único objetivo. Pueden ser estudiantes de inglés con ganas de practicar (cuidado aquí, también pueden apelar a tu bondad y llevarte a otra estafa, sobre todo si tratan de cazarte chinas jóvenes y atractivas, ¡estudio de mercado!) aunque principalmente conforman esta categoría los habitantes de zonas rurales que viajan hasta la capital para realizar turismo interior y que nunca han visto un narigudo en vivo y en directo. Ni cortos ni perezosos se te echan encima haciendo gestos con las manos hacia la cámara, dando por supuesto que dejarás que te fotografíen con entusiasmadas muchachuelas o sorprendidos ancianos. No te importa, incluso puede llegar a alagarte, pero no te engañes, en el fondo no puedes evitar sentirte atracción de feria.

Para mi amigo Niki el asunto empezó a perder su gracia a partir de la octava fotografía

Por último están los asaltadores aleatorios, la especie definitiva. Hombres de mediana edad en general, sin ningún rasgo característico que te ayude a “ficharlos” de un vistazo, que tienen perfeccionada la habilidad de pillarte con la guardia baja para enfrascarse en una extraña perorata de cara de póker. Ladinos ellos, suelen escoger momentos de difícil evasión, como cuando tratas de sacar la bicicleta de la maraña de vehículos en los parkings, estás esperando en alguna cola o sales del metro por las mecánicas.

¿Qué quieren? Es difícil descifrar. Tratan de persuadirte para que les sigas el rollo, explicándose sin mucha vergüenza en un chino bastante coloquial, obviando la posibilidad de que te cueste horrores entenderles. Entrenados para derribar toda excusa y con suficiente cabezonería como para pasar por alto toda negativa frontal, son un digno rival para el más paciente.

Al final, lo más efectivo es optar por la mejor estrategia: largarse sin contemplaciones.

Ya se disertaba sobre esto mismo hace unos cuantos siglos: la mejor victoria es la que se obtiene sin batalla.

viernes, 16 de septiembre de 2011

La ciudad conservada


Beijing no sólo es grande. Beijing se siente grande. Se trata de una percepción que tarda en asaltar al viajero y que cómodamente anida en el residente. Paseando en bicicleta, subiendo y bajando por sus calles, atravesando canales o trasladándote de un barrio al siguiente son las mejores formas de empaparte de esta emoción. Y es que, sobre todas las demás cosas, Beijing se porta como una capital.

Para mi suerte he tenido la oportunidad a tan temprana edad de recorrer las calles de algunas de las más encantadoras ciudades europeas, y la magia que desprenden sus piedras, los edificios, el color de las paredes, las sombras de las estrecheces y las luces de las plazas juegan en otra liga al embrujo de la Capital del Norte.

Los bastiones europeos han perdido con el paso del tiempo parte de la función humana para con su entorno, ensañándose en un afán de inocente vanidad por autodefinirse en sí mismas. Han confiado en su portentosa imagen y en el hacer de sus habitantes para construir su cáscara de belleza. ¡Y qué belleza! Sin embargo, han sacrificado en ello un componente que considero esencial y que mantiene a una ciudad cohesionada con su historia: el contacto con el extrarradio.

Sería imprudente afirmar que exista alguna ciudad que pueda o trate de mantenerse a sí misma por sí sola, no digamos las metrópolis del viejo continente que antes he embestido suavemente. No quiero hablar económicamente (que diría Judt) ni mediante pragmatismo funcional, puesto que sería embarcarme en campos que domino más bien poco. Estoy aludiendo directamente al espíritu, al ambiente que se respira en sus arterias, a los rostros del día a día.

Además del hogar para obreros, empresarios y una miríada de funcionarios, Beijing es también un punto de destino esencial para un gran número de habitantes de zonas rurales que viajan hasta allá de forma estacional o periódica para vender sus productos. O si no lo hacen ellos mismos, intermediarios de confianza que se alejan del mercantilismo de supermercado.



Estas personas forman parte de la ciudad tanto como sus habitantes más endémicos, puesto que establecen con ella una doble ligazón económica y sentimental. Los mismos individuos que cultivan sus bienes recorren su camino hasta el núcleo urbano como hacían generaciones anteriores para venderlos a sus iguales. Hay en esta ruta de fuera a adentro un savoir-faire genuino y natural que para nada nos debe dejar indiferentes, pero que tampoco escapa de lo cotidiano y habitual, otorgándole un aura de gracia que puede ayudarnos a entender porqué China todavía se debate entre dos mundos.



¿Y por qué escoger? La historia nos ha demostrado que la mecanización exacerbada ejecuta el alma. La riqueza de la nación debe llegar a estos campesinos que venden con alegría en los mercados de barrio, en las calles con sus carros, en las esquinas de las avenidas, en las salidas de los metros. La miseria debe desaparecer para que terminemos de convencernos de la nobleza y la hermosura del trabajo rural, que llevado por quien lo ama y respeta sólo transmite orgullo.



La ciudad que veo en Beijing todavía conserva de ese modelo de metrópoli donde coinciden y conviven en armonía habitantes de dentro y de fuera, ciudadanos todos.

jueves, 15 de septiembre de 2011

La multicolor olvidada


Open your eyes...

¿Qué hacen todas esas estructuras con forma de arcoíris enmarcando cada lado de algunas de las avenidas más concurridas de Beijing? Gruesas construcciones de plástico y metal con tonos deslucidos por el tiempo que, si no estuviésemos hablando de un país tan pretenso a la homofobia casi consideraría dignos del Orgullo.

... I see you...

¿Formará parte de ese catálogo de imaginería comunista utópica pasado de moda? La URSS también jugaba esta doble técnica un tanto surrealista de mezclar lo bucólico de una unión de pueblos abrazando la paz del socialismo con el gris más férreo y burocrático de un Estado fuerte de titánica administración.

... your eyes are opened.

En cualquier caso, ahí tienes los pedazos d’arc-en-ciel, viejos y sin limpiar, llenos de bombillas que parecen no encenderse nunca, como un árbol de Navidad dejado a exposición. Como si los chinos se hubiesen olvidado de ellos, de aquello que en nuestro código representan para reducirse una vez más a otro elemento de estampa cotidiana.

jueves, 8 de septiembre de 2011

El poder del sello oficial

Quizá uno de los atractivos más morbosos para el atento observador sea experimentar las manillas de la burocracia en un Estado donde, digámoslo de nuevo, la administración cuenta con un peso tan relevante.

A lo poco que te pongas empiezas a recrear imágenes orwellianas de largos despachos grises y desnaturalizados, repletos de cuadros que rememoran los perfiles de los más ilustres dirigentes del régimen: mirada puesta en el infinito, oteando el prometedor futuro de la nación, juzgando el hacer de su pueblo. Funcionarios uniformados, secos, serios, eficientes. Bombonas expendedoras de agua que sabe a rayos. El olor nada.

La imaginación es una sucia traidora.

Los departamentos vinculados con la conservación de la seguridad nacional intimidan en su justa medida; allí sí que puedes sentir el frío de la impersonalidad documentalista, el silencio inquebrantable, la oficiosidad del trabajo ordenado. Sólo allí. Vamos allá con la anécdota que me sirvo de ejemplo:

Acuciado por la necesidad de realizar un par de preguntas a mi coordinador (más adelante me enteraría de que es una mujer, ¡por eso se reían por lo bajini cada vez que inquería por Mr. Lai!) me decido a buscar la oficina correspondiente, armado con señas y el estómago lleno (imprescindible, el tiempo es cruelmente inflexible cuando pasas hambre). Conforme me acerco al bureau se me aparece con más claridad la primera característica esencial de la burocracia china: las colas.

No son colas normales. Son largas, muy largas, y serpentean como el cuerpo de un dragón, extendiéndose hasta donde el espacio deje sitio. En una constante contrastada con otros testimonios, los extranjeros tendemos a respetar la cola religiosamente, con una educación resignada digna de una herencia estoica (porque no hay más huevos); los chinos, a todo esto, se la saltan haciéndose los locos. Ley de vida.


Dramatización

Para cuando te das cuenta ya llevas veinte minutos sin moverte del sitio. Hay previsores que incluso se llevan una silla plegable. Otros aprovechan para hacer amigos o ligar. Si es que no hay nada como la adversidad para unir lazos.

Observo que toda esta gente viene a realizar gestiones de registro, pero yo sólo quiero preguntar. Sólo hay una entrada: me toca hacer la cola como todos los demás. La oficina en cuestión es una sala rectangular con una pared falsa que la divide en dos mitades, dejando dos accesos a cada costado como vía de comunicación.

Los reos avanzamos pasito a pasito realizando un circuito alrededor de todas las mesas en sentido de las agujas del reloj. No puedes sentarte. No hay donde apoyarse. La gente te empuja para que avances. Los empleados van vestidos más o menos como quieren, aunque sin faltar a la formalidad. Sudan, gritan, te ignoran cuando les conviene y, lo más importante, no les gusta lo más mínimo que les hagas preguntas. Les quitas tiempo. Mal asunto.

Mi turno, avanzo hasta la casilla de salida. La chica me da un papel (¿un formulario?) para que lo rellene. Tengo que pasar por todos los steps. Le digo que no vengo a registrarme, que sólo quiero hacer preguntas. Me responde que ya lo sabe. Me pide documentación. Como puedo empiezo a sacarlo todo del archivador, tras lo cual me estampa dos sellos en mi cartilla de puntos y me insta a seguir. Desorientado y confuso soy arrastrado hasta la siguiente estafeta. Reacciono rápido y en vez de seguirle el juego le pregunto por mi contacto. Está en la otra punta de la sala.

En fin, no voy a entrar ne más detalles sobre mis gestiones. Me gustaría destacar eso sí que la chica, pese a entenderme, le pareció más conveniente seguir con lo empezado y mientras me llevaba com cagalló per séquia terminó con mi registro, a pesar de que la fecha oficial para realizarlo era el día siguiente. Yo, a todo esto, tenía en las manos más papeles de los que podía sostener y no entendía cómo me habían enredado para hacer lo que querían, cuando sólo necesitaba información.

Sin embargo, el proceso es el proceso, y "como a un perro" me manejaron para engrasarme, torcerme y colocarme en la rueda mellada. El poder tras los sellos, la inevitable vulnerabilidad del individuo, que sólo puede hacer cola, seguir las instrucciones y esperar por lo que más quiera a tener todo lo necesario fotocopiado dos veces.

El método es infalible, pragmáticamente hablando es incontestable y cumple con sus propósitos. Es un hecho que ni se me ocurriría negar, puesto que a pesar de todo, la tarea para cuando se acaba el día está terminada.

Sin embargo al final de la jornada salgo de la 办公室 agotado, angustiado y con un terrible sentimiento de desvirgamiento gubernamental.

Sin terminar de resolver mis dudas.

Eso sí, eficientemente registrado. Como todos.

martes, 6 de septiembre de 2011

Fauna callejera (I)


Rodando en mi bicicleta de camino hacia la parada del metro bordeo durante un buen tramo uno de los ríos/canales de Beijing. Es ancho y parece profundo, tiene una corriente de mediana fuerza pero no retruena con ningún tipo de sonido, puesto que en la Capital del Norte el agua es muda.

Entre las pequeñas crestas de espuma morena advierto unas figuras que al primer vistazo tomé por patos. Se trataba en realidad de chinos nadando lentamente, mecidos por el curso sin oponer más resistencia que la de algunas suaves y milimétricamente trazadas brazadas. Se zambullían con la gracia que tienen la mayoría de chinos para hacer las cosas, liberados de cualquier prisa y a un ritmo único que sólo entiende de un propio entrenamiento. Era más curioso en el momento el choque de la bulliciosa ciudad con la paz inspirada de estos nadadores que el irreparable hecho de que flotaban en un agua repleta de sedimentos contaminados y ahumada con los gases perniciosos de millones de chimeneas.
No pude dejar de acordarme de aquel político chino a quien cedieron la victoria en una carrera de natación a pesar de no llevar ni dos semanas masterizando el crol. Quién sabe, quizá algún día de estos me encuentro con algún viejo ejecutivo chapoteando con los manguitos.



Por los alrededores de la universidad se falcan convenientemente una buena cantidad de oportunistas: vendedores de rodajas de melón, frutos requemados y Iphones de regateable precio; paraditas de helados, mendigos cantores y estudiantes chinos con su anuncio de búsqueda de speaking-partner escrito en cartelitos minúsculos. Sin embargo, el espécimen más curioso quizá sea la mamá burócrata. Se trata de mujeres de cierta edad que se sientan en los bordes de los setos a lo largo de 中关村东路 (quizá en más lugares, yo sin embargo accedo siempre a la 人大 por la 东门) sosteniendo en sus brazos niños de pocos meses, algunos hijos propios u otros alquilados y que duermen o lloran según se preste.

Estas mujeres miran a los transeúntes en busca de estudiantes extranjeros mientras en sus piernas guardan sospechosas bolsas de plástico con comida. Según una fuente de confianza, a la mínima que te vean interesado te ofrecen sin demasiados tapujos la posibilidad de adquirir a un precio irrisorio (en ocasiones hasta 10元) carnets universitarios falsificados, documentación nacional y foránea ilegal e incluso una titulación o diploma de master… ahorrándote un montón de tiempo!

La gracia de que lleven colgando la criatura en todo momento se debe en apariencia al hecho de que si la policía en una de estas prepara una redada, no pueden detenerlas puesto que el menor les otorga algún tipo de protección legal.

Si encuentro alguna forma de contrastar esta información sin incurrir en el delito lo añadiré a la entrada.

Si no, conformaos con el rumor.


lunes, 5 de septiembre de 2011

Lázaro al volante


Habrá quien haya oído hablar del tráfico en China. Esa resobada estampa de coches, bicicletas y scooters moviéndose a tropel por las calles, enfocada de cara o de culo para que veamos cuántos chinos hay en China, todo aderezado con el característico smog y el sol pálido tan de la tierra.
Lo que sin embargo no saben transmitir tales imágenes de archivo (típicas de Informe Semanal) es la brutal inseguridad con la que el individuo poco acostumbrado se codea cada vez que pisa la acera.

Sabeu aquell que diu que te ha tocado el carnet en la tómbola? Aquí debe venir con la compra de un paquete de arroz, porque hasta el palurdo más inhábil puede ponerse al volante de uno de esos trastos y jugarse no sólo su vida sino también la de los demás (inocentes e inconscientes, dos adjetivos a la vez inclusivos y exclusivos, ¡qué cosas!) sin el más mínimo reparo.

¿Los semáforos? De adorno. ¿Las marcas viales? Aportan bicromatismo al asfalto, un toque de elegancia retro como tributo al cine mudo. ¿Guardias urbanos? En China hay seguratas por todos lados excepto regulando la circulación. Si Euristeo le hubiera encargado a Heracles ponerse un gorro, comprarse un pito y que se colocara en cualquier avenida medianamente grande a redirigir automóviles, me juego medio huevo a que hasta Hera se hubiera apiadado de él.

Así que si alguna vez cometéis la insensatez (¡como yo!) de torear cacharros de cuatro, tres, dos (e incluso una) ruedas, id con los tres ojos bien abiertos en todas direcciones, ni se os ocurra rushear lo más mínimo y aprended (¡por lo que más queráis!) a cruzar a la italiana lo más rápido posible o seréis pasto de la bestia parda china: el rickshaw a motor.

Beware!


Cree el ladrón...

Ayer mientras viajaba en el metro de la línea 10 despertó mi curiosidad un cartel de publicidad que cubría una ventanilla superior. China mobile. Expertos en los suyo, reza su motto. En la imagen, un modelo andrógino sostiene alegremente un smartphone, sonriente muñeco de plástico. El teléfono no tiene mucho secreto, es de la familia de los Samsung Iphonicus, genérico como él solo.

Pero del conjunto lo que más me llamó la atención fue la muestra del menú del aparato. Junto con otros iconos de acceso directo más clásicos podías encontrar uno bien visible que te redirigía directamente a la página principal de Youtube.

¡Youtube! ¿Qué carajo hace una compañía con afinidades filogubernamentales promocionando un servicio cibercensurado en China? ¿Algún error de búsqueda baidurina (BaiDu, el google chino) del maquetador? ¿Triquiñuelas del publicista que quedan lejos de mi todavía temprana comprensión del savoir-vivre pekinés? ¿O es que el sino3G va con Proxy de regalo si contratas la tarifa de datos +25?

Oh, the irony!


Fuente: thepoliticalcarnival.net

domingo, 4 de septiembre de 2011

Consideraciones

Soy una persona seria. Sin embargo, éste NO es un blog serio.
Pluma por pincel nace como la versión digital de un cuaderno de reflexiones que voy alimentando regularmente con tinta de estilográfica. No es un diario, puesto que no hablo de mí ni le doy de comer todos los días. Es más bien un recipiente donde volcar todas las breves reflexiones que de espontáneos detalles echan rama. Así pues, no existe garantía alguna de que lo que yo produzca, a pesar de ser real, sea objetivo. De hecho, voy a desmentirlo ya: todo es propia opinión, y como tal ha de ser tratada.

El estilo puede ser irregular, me quiero permitir esta licencia. No se trata de un trabajo de alta literatura, por mucho que me guste darle a la letra. Más bien quiero que sean pequeños bocados de idea, desarrollados bajo una línea seguramente irrepetible. Si el lector se siente con ganas de comentar, le aplaudiré lo más fuerte que pueda antes de contestar.

Todo lo dicho hasta ahora tiene validez mientras así lo considere oportuno. Quizá luego cambie de opinión. Quizá no. Sin compromisos brotan mejor las palabras.