domingo, 20 de mayo de 2012

Mi gran boda china [Primera parte]


Si en un ejercicio de academia improcedente tuviese que escoger el rite de passage más importante para la cultura china, a priori no lo tendría demasiado difícil: contraer matrimonio. Supone el acto de representación social por excelencia, dos adultos simbolizando una unión alegórica con sus familias y amistades como testimonios de su compromiso para sí y para los demás. También es una muestra de triunfo personal, el logro individual del novio y de la novia, que dejan atrás la mal vista identidad de soltero para perpetuar la institución que heredan directamente de sus padres e indirectamente de la idea social de matrimonio. Es también un negocio bastante rentable en China: la ceremonia, los regalos, la ropa, el convite; las empresas que se dedican a organizar ceremonias nupciales son asombrosamente populares. Para la nueva generación de jóvenes parejas que han madurado siendo ya clase media es a su vez una oportunidad para demostrar poder adquisitivo, para ofrecer pompa y espectáculo. Sus ceremonias cuentan con cada vez menos elementos tradicionales: en la mayoría de casos están orquestadas para que cumplan con caprichos muy específicos y personales, reflejo de una imaginería que mezcla influencia de occidente con nuevas imágenes que afloran en el paisaje de la China post-socialista.

Las bodas en China no son moco de pavo. Sabiendo esto, no puedo negar la alegría que me proporcionó saber que me invitaban a asistir a una. ¡Qué gran oportunidad antropológica! Menudo festín para los ojos. Pero la cosa no se terminó con una simple invitación. Querían que además les “hiciera el honor” de ser uno de los padrinos del novio, nada más y nada menos. Agarraos que vienen curvas.

La figura del padrino es difusa y su importancia poco clara. Para unos más, para otros menos, los hay que prescinden del todo. El softpower americano nos tiene bien enseñados a nombrar padrino a familiares o mejores amigos de los prometidos. Una muestra de confianza, de respeto, o bueno, como queráis llamarlo. Sin embargo, no creo que pueda definir mi relación con los novios precisamente de estrecha. En esta caso en particular éramos tres padrinos (con sus correspondientes tres damas de honor), y así como los otros dos sí que eran amiguetes del novio, a mí me escogieron, sospecho, para darle un toque de exotismo a la ceremonia. Es igual, no tenía ninguna razón para declinar, y no por extravagante iba a tomármelo menos en serio. Además, me brindaba la oportunidad de pasar de sujeto pasivo a formar parte de la acción, una ocasión impagable.

Lo que viene a continuación es una crónica detallada de mis experiencias durante la ceremonia en cuestión. Es detallada, porque creo que en las pequeñas cosas está la gracia, pero esto hace que el texto sea largo. Lo divido en dos entradas distintas para no agobiar al lector. De todas formas, procurad tener tiempo de sobra antes de empezar.

A las seis en punto de la mañana ya estoy en pie. A las siete y cuarto ya tanteamos el terreno, puesto que la ceremonia está prevista para más o menos las nueve y media, a ser posible, no más tarde de las diez. Las bodas en Beijing se celebran todas por la mañana, puesto que interpretan el madrugón como una alegoría del albor de una nueva vida en común. Las razones tampoco parecen ser demasiado importantes ya que en otras partes de China el horario cambia. En Tianjing se celebran por la tarde y en Shanghai por la noche.
El lugar escogido es un parque privado que queda justo al lado de la antigua torre de comunicaciones de la CCTV, un edificio de corte soviéticofuturistasesentero, rehabilitado hoy día como atracción turística. En lo alto del pirulí tienes un mirador desde el que tendrías una panorámica cojonuda de la ciudad si la capa de mierda atmosférica no la cubriese entera como jabón sucio. El espacio reservado queda al oeste de la torre, y a pesar de ser una atracción turística popular para tours del INSERSO chino, queda convenientemente recogido y la sensación de privacidad está muy conseguida. La parcela está resguardada por una valla de altos setos, cubriendo un espacio de unos 800 metros cuadrados, quizás más. Un camino de piedra separa los dos espacios principales: una pradera a la derecha en la que dejar sueltos a los niños para que hagan el cabra, y un patio de césped más pequeño en el que se llevó a cabo la ceremonia en sí. Este patio queda enfrente de una cabaña de madera al estilo pionero norteamericano.

Barad-dûr anémico

Pasarela de pétalos, para ser originales y tal

Lo del centro será más adelante el altar


Como llego con los padres del novio, me da tiempo para seguir los preparativos. Han contratado a un equipo de organizadores, todos muchachos jóvenes con el pinganillo en la oreja que van de un lado a otro bajo las órdenes de su director. Los machacas colocan las sillas, la decoración, el equipo de sonido, se aseguran de que todo está en orden y funcionando. También tienes maquilladoras, manipuladores de alimentos y fotógrafos. Estos últimos (conté hasta seis) se pasaron la previa a la ceremonia revoloteando a nuestra vera no sólo tomando fotos au natural sino haciendo teatro, mandándonos posar ahora de lado, ahora de culo, ahora a lo gangsta, forzando las situaciones hasta el aburrimiento. De todos los distintos sets por los que nos hicieron pasar, destaco el de vestir al torero: uno a uno, los tres padrinos fuimos retratados ayudando a colocar el traje al novio, a cámara lenta en un cuarto a semipenumbra, desde los pantalones hasta la pajarita. Y hablando de pajarita: la novia nos regaló a los tres best men una de color rosa fucsia chillón para diferenciarnos de la plebe. Una monada.

Ya que estoy, hablaré del vestuario. En esta ceremonia me llevé dos sorpresas. Una: ninguno de los asistentes vistió ningún traje que recordase siquiera remotamente al corte tradicional chino. La mayoría de las mujeres (jóvenes y mayores) prefirieron optar por los conjuntos de dos piezas, siendo blusa o torerita más falda lisa la opción preferida. Las damas de honor lucían un vestido verde esmeralda de palabra de honor bastante resultón. La novia es para tenerla en consideración a parte, puesto que durante el día llevó hasta tres combinaciones distintas: el vestido nupcial blanco, de cola larga y falda a pliegues, con diadema en vez de velo; una adaptación más ligera de este último, destinado para un propósito que desvelaré más adelante y, ella sí, un qipao rojo china durante el banquete que no pude observar con detenimiento. La segunda sorpresa es que no todos los invitados acudieron bien vestidos: los más ancianos asistieron con ropa humilde, de diario, camisa amarilla y pantalón de faenar, incluso uno llevaba una gorrita, que, eso sí, se quitó durante la ceremonia. Aunque quien se lleva la palma fue uno de los amigos del novio, que vino con un polo a rallas, pantalones piratas y sandalias, hecho un campeón. Sin embargo, por lo visto fui yo el único extrañado. Ambas familias estaban al tanto de tal circunstancia y procuraron traer un madejo de corbatas de reserva, por si a alguno de los invitados más austeros le apetecía engalanarse un poco durante un ratito.

Los padrinos funcionamos como floreros con cara. Pasamos gran parte de la recepción en la entrada, saludando a los convidados, recibiendo fotos por doquier y contestando sucintamente a los cumplidos de rigor. Al servicio del novio, sólo se requería buen plante, buena sonrisa y paciencia.  Foto aquí foto allá. Una prueba de resistencia para los riñones. Llévame esto, tráeme aquello. A pesar de todo, es un rol que inspira cierto respeto, y los novios agradecen tu esfuerzo con regalos (norte de China) o con dinero (sur).

La noche anterior tronó como si se acabara el mundo, por lo que el día amaneció fresquito y con mala cara. Por suerte para todos (porque el movidón que supondría tener que trasladar toda la parafernalia da miedo imaginarlo), el cielo se aguantó las ganas y pudimos proceder con tranquilidad.

[Continúa en la siguiente entrada]