Habrá quien haya oído hablar del tráfico en China. Esa resobada estampa de coches, bicicletas y scooters moviéndose a tropel por las calles, enfocada de cara o de culo para que veamos cuántos chinos hay en China, todo aderezado con el característico smog y el sol pálido tan de la tierra.
Lo que sin embargo no saben transmitir tales imágenes de archivo (típicas de Informe Semanal) es la brutal inseguridad con la que el individuo poco acostumbrado se codea cada vez que pisa la acera.
Sabeu aquell que diu que te ha tocado el carnet en la tómbola? Aquí debe venir con la compra de un paquete de arroz, porque hasta el palurdo más inhábil puede ponerse al volante de uno de esos trastos y jugarse no sólo su vida sino también la de los demás (inocentes e inconscientes, dos adjetivos a la vez inclusivos y exclusivos, ¡qué cosas!) sin el más mínimo reparo.
¿Los semáforos? De adorno. ¿Las marcas viales? Aportan bicromatismo al asfalto, un toque de elegancia retro como tributo al cine mudo. ¿Guardias urbanos? En China hay seguratas por todos lados excepto regulando la circulación. Si Euristeo le hubiera encargado a Heracles ponerse un gorro, comprarse un pito y que se colocara en cualquier avenida medianamente grande a redirigir automóviles, me juego medio huevo a que hasta Hera se hubiera apiadado de él.
Así que si alguna vez cometéis la insensatez (¡como yo!) de torear cacharros de cuatro, tres, dos (e incluso una) ruedas, id con los tres ojos bien abiertos en todas direcciones, ni se os ocurra rushear lo más mínimo y aprended (¡por lo que más queráis!) a cruzar a la italiana lo más rápido posible o seréis pasto de la bestia parda china: el rickshaw a motor.
Beware!
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