domingo, 9 de octubre de 2011

Mongolia Interior

Un naranja terráceo que recuerda el de cítricos todavía verdes que maduran en las ramas a ritmo descompasado. Un relieve puntuado con repentinas irrupciones de montañas rugosas y primitivas, largas y redondeadas, peludas de polvo en hierbajos. Un sol siempre lejano y a media alzada, de blancura apagada y calor tímido. El gigantesco mordisco de cielo, cortado a navaja por un horizonte presentado en su mayúscula expresión, largo y fino en la pradera, a tijera por los montes.

Carreteras nuevas, todavía por terminar, abiertas por todas partes y con cirujanos inyectando cemento y alquitrán en sus bordes. Carreteras viejas que no son más que una cicatriz marcada por el galope de los caballos y, de forma más reciente, las motocicletas de sus pastores.

Nubes de finísima arena que se pega a la ropa como un leve recuerdo. Pisando la estepa, marcas dispersas del hombre moderno: aquí un cartel, allá una torre de conducción eléctrica, al fondo me parece ver un depósito de agua. Asentamientos con olor a cuero y piedras. Casas en ruinas, víctimas de las bombas de la civilización. Pedazos de ladrillo y teca apilados en solares, maquinaria de construcción y derribo en una ambivalente imagen de la situación: destruye y crea, avanza rápido pero sin moverse una porción de China que en muchos aspectos tiene echada el ancla en un momento del pasado difícil de definir.

Tez morena, mujeres con caderas, pelo largo algo grasiento, tiras de gris, un poco ondulado. Abombados por el frío, mirada socarrona, juegan con el de fuera, lucen su sangre. Tridentes, cuadras, azul turquesa en los edificios de Huhhot. Lana, baijiu, sauces. Budas escondidos tras las paredes de roca, lloran la pintura, sonríen beatíficos puesto que hay paz en la austeridad.

Humo invisible, deshechos en las calles, noche de tinta. Aunque muchas, poco titilan las estrellas.
Desierto y pradera. Camellos poco autóctonos, caballos pequeños y robustos. Jinetes con pañuelos y chaquetas adornadas con clavos chapados.

Tierra de dinosaurios y lanzamientos espaciales. Muestra patente de una industrialización voraz y acelerada, que arranca las raíces para instalar kilométricos canales, tubos, hélices, aspas, chimeneas, reactores humeantes.

Miríadas de camiones, los tuaregs modernos, migran en vastísimas manadas hacia la capital. Verduras, carne, cuero, metales, runas, residuos, misteriosas cargas cubiertas por lonas. Su ritmo es lento y torpe, con frecuencia se enredan y quedan parados durante horas, formando largas filas de mastodontes que se pierden en la vista y juegan con la percepción de las distancias.

Salen y entran. Extraen. Mina inagotable de jugo natural. Esencia de grada. Una piedra. Un plato. Una naranja. Una sabrosa naranja sin madurar.


PD: Al final he decidido que este texto tiene todas las imágenes que podría necesitar.

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