martes, 25 de octubre de 2011

圆明园

Quizá uno de los bienes más preciados en Beijing por visitantes y visitados sea el silencio. El impacto de la metrópolis es brusco nada más pisar la calle, y su continuo bombardeo penetra hasta el tuétano en un afán de ser asimilado como la polución por los pulmones.

Sin embargo, si tienes suerte y sabes dónde buscar (los parques de Beijing, verdaderos oasis inesperados de los cuales me gustaría hablar una vez consiga visitarlos todos), quizá puedas toparte con esto:



Con 圆明园 tenemos el añadido de encontrarnos en unos jardines marcados por el viejo hechizo del recuerdo histórico, un parque expoliado y destruido por tropas británicas y francesas durante la segunda guerra del opio (1860) en venganza por una ejecución sumarísima de occidentales en misión de negociación, que conserva su túnica rasgada para ejemplo de generaciones venideras.

Un aire de melancólico dramatismo, muerta quietud en sus lagos y estanques, vegetación asalvajada de brotes verdes que abrazan cadáveres amarillos. Pasear es recorrer un paraje detenido minutos antes de su muerte, congelado en un estado entre la pérdida y la cúspide del esplendor. Un hálito de cementerio al sol, de pagoda abandonada, de reposo desconocido y tierra que vuelve a saborear la virginidad del mutismo. Es la brazada de la síncopa musical antes de golpear la última corchea, sabiendo que nunca cerrará compás, puesto que el ritmo queda suspendido, flotando, en un margen agridulce de triste y romántica armonía.

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