jueves, 8 de septiembre de 2011

El poder del sello oficial

Quizá uno de los atractivos más morbosos para el atento observador sea experimentar las manillas de la burocracia en un Estado donde, digámoslo de nuevo, la administración cuenta con un peso tan relevante.

A lo poco que te pongas empiezas a recrear imágenes orwellianas de largos despachos grises y desnaturalizados, repletos de cuadros que rememoran los perfiles de los más ilustres dirigentes del régimen: mirada puesta en el infinito, oteando el prometedor futuro de la nación, juzgando el hacer de su pueblo. Funcionarios uniformados, secos, serios, eficientes. Bombonas expendedoras de agua que sabe a rayos. El olor nada.

La imaginación es una sucia traidora.

Los departamentos vinculados con la conservación de la seguridad nacional intimidan en su justa medida; allí sí que puedes sentir el frío de la impersonalidad documentalista, el silencio inquebrantable, la oficiosidad del trabajo ordenado. Sólo allí. Vamos allá con la anécdota que me sirvo de ejemplo:

Acuciado por la necesidad de realizar un par de preguntas a mi coordinador (más adelante me enteraría de que es una mujer, ¡por eso se reían por lo bajini cada vez que inquería por Mr. Lai!) me decido a buscar la oficina correspondiente, armado con señas y el estómago lleno (imprescindible, el tiempo es cruelmente inflexible cuando pasas hambre). Conforme me acerco al bureau se me aparece con más claridad la primera característica esencial de la burocracia china: las colas.

No son colas normales. Son largas, muy largas, y serpentean como el cuerpo de un dragón, extendiéndose hasta donde el espacio deje sitio. En una constante contrastada con otros testimonios, los extranjeros tendemos a respetar la cola religiosamente, con una educación resignada digna de una herencia estoica (porque no hay más huevos); los chinos, a todo esto, se la saltan haciéndose los locos. Ley de vida.


Dramatización

Para cuando te das cuenta ya llevas veinte minutos sin moverte del sitio. Hay previsores que incluso se llevan una silla plegable. Otros aprovechan para hacer amigos o ligar. Si es que no hay nada como la adversidad para unir lazos.

Observo que toda esta gente viene a realizar gestiones de registro, pero yo sólo quiero preguntar. Sólo hay una entrada: me toca hacer la cola como todos los demás. La oficina en cuestión es una sala rectangular con una pared falsa que la divide en dos mitades, dejando dos accesos a cada costado como vía de comunicación.

Los reos avanzamos pasito a pasito realizando un circuito alrededor de todas las mesas en sentido de las agujas del reloj. No puedes sentarte. No hay donde apoyarse. La gente te empuja para que avances. Los empleados van vestidos más o menos como quieren, aunque sin faltar a la formalidad. Sudan, gritan, te ignoran cuando les conviene y, lo más importante, no les gusta lo más mínimo que les hagas preguntas. Les quitas tiempo. Mal asunto.

Mi turno, avanzo hasta la casilla de salida. La chica me da un papel (¿un formulario?) para que lo rellene. Tengo que pasar por todos los steps. Le digo que no vengo a registrarme, que sólo quiero hacer preguntas. Me responde que ya lo sabe. Me pide documentación. Como puedo empiezo a sacarlo todo del archivador, tras lo cual me estampa dos sellos en mi cartilla de puntos y me insta a seguir. Desorientado y confuso soy arrastrado hasta la siguiente estafeta. Reacciono rápido y en vez de seguirle el juego le pregunto por mi contacto. Está en la otra punta de la sala.

En fin, no voy a entrar ne más detalles sobre mis gestiones. Me gustaría destacar eso sí que la chica, pese a entenderme, le pareció más conveniente seguir con lo empezado y mientras me llevaba com cagalló per séquia terminó con mi registro, a pesar de que la fecha oficial para realizarlo era el día siguiente. Yo, a todo esto, tenía en las manos más papeles de los que podía sostener y no entendía cómo me habían enredado para hacer lo que querían, cuando sólo necesitaba información.

Sin embargo, el proceso es el proceso, y "como a un perro" me manejaron para engrasarme, torcerme y colocarme en la rueda mellada. El poder tras los sellos, la inevitable vulnerabilidad del individuo, que sólo puede hacer cola, seguir las instrucciones y esperar por lo que más quiera a tener todo lo necesario fotocopiado dos veces.

El método es infalible, pragmáticamente hablando es incontestable y cumple con sus propósitos. Es un hecho que ni se me ocurriría negar, puesto que a pesar de todo, la tarea para cuando se acaba el día está terminada.

Sin embargo al final de la jornada salgo de la 办公室 agotado, angustiado y con un terrible sentimiento de desvirgamiento gubernamental.

Sin terminar de resolver mis dudas.

Eso sí, eficientemente registrado. Como todos.

1 comentario:

FreeDelirium dijo...

Es un trámite menos, da gracias. Aquí todo el mundo es rápido y eficiente, y si te hacen esperar (aunque sea un segundo) te piden perdón de forma automática. Pero por lo contrario tienes que ir tropocientasmil veces a cada sitio.